Puede ser que estemos en un momento crucial como sociedades
posmodernas que desconfían hasta de la misma posmodernidad, como seres
pensantes que ya están cansados de no poder pensar lo que quieran en paz. Las
mentiras a las que tenemos que hacerles la vista gorda para no caer en el juego
de que lo efímero nos va a quedar para toda la vida, de que lo que no importa
es lo más esencial, se vuelven cada vez más ambiguas, se vuelven confusas y
tienen cada vez más ganas de
convencernos de que todo puede ser realidad.
La naturaleza ya casi no es parte de nuestra naturaleza,
somos seres más bien grises pavimento, gastados de tanto gastar, fundidos de
tanto apreciar lo artificial. Los pies sobre la tierra y el amor por el aire
puro parecieran ser utopías de otras eras, de otras generaciones a las que les
interesaba mucho menos lo material. El tiempo nos apura a seguir viviendo sin
vida propia, a movilizarnos hacia lo que aparentaría ser la normalidad. Es ese
lugar al que ya nadie quiere apuntar pero todos se movilizan por inercia, hay
bastantes, cada día más, que solo quieren ser únicos pero sin diferenciarse
demasiado de los demás. Quieren ser diferentes pero sin que se note, quieren
mimetizarse desde una supuesta originalidad.
Es complicada la vida, para todos. Para algunos todo es
cuesta arriba, otros tienen siempre viento a favor, pero al final nos damos
cuenta de que los días corren y nunca pasa nada fuera de lo común. O tal vez sí
pasa pero en la vorágine de encontrar algo nuevo que pensar se nos pasan todas
las novedades de largo.
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