miércoles, 4 de julio de 2007

La lluvia es insoportablemente hermosa. Son perfectas las gotas cuando las siento en mi pelo, en mis manos, incluso en mi nariz. Es magnífico observar las gotas caer sobre un charco, brindan un espectáculo natural y mojado, como te quedan las zapallitas después de pisar ese profundo charco y los pantalones por el maldito bastardo que decidió pasar cerca mío con su rústico autito del año anterior a que inventaran los autos y me salpicó hasta la médula espinal.

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